La localidad de Chapinero, una de las más tradicionales de la capital colombiana, es el objeto de reflexión obsesiva de Fernández. Sus pensamientos son el campo de batalla de valores que ha venido construyendo a lo largo de su vida de pequeño burgués, de pequeño rentista, de clasemediero en peligro de extinción, de bogotano; unos valores que saltan de aquí para allá tratando de conciliar las contradicciones éticas que implican circunstancias diversas: ser un gomelo -ante sus propios ojos terminará por reconocer que, muy a su pesar, lo es- y odiar a los gomelos que vienen gentrificando el barrio tradicional; aplaudir la resistencia de la vieja tienda y verdulería del vecindario (negocio de un boyacense emprendedor, pura colombianidad pujante y popular) que merece ser reivindicada ante la avalancha de negocios frívolos. En medio de todo ello, unos medio hermanos campesinos tocan la puerta de su casa una noche. Con el humor que lo caracteriza, el autor de Versiones de don Pedro nos irá mostrando el camino que lleva a Fernández a terminar aplastado por las justificaciones que necesita para reconciliarse con su existencia.