Fueron muchas, muchísimas, las mujeres que lucharon mano a manos con los hombres en las guerras de liberación, muchas las que sacrificaron sus vidas e, incluso, sus familias, pero solo de unas pocas hemos conservado su nombre en nuestro imaginario y es esa "invisibilización" la que, como me sucede en casi todos los libros que escribo, hizo que yo me fijara en todas y cada una de ellas.
Por desgracia, las heroínas no siempre reciben los honores que merecen, ni acaban homenajeadas en placas en las calles o estatuas en las plazas de pueblos y ciudades, ni tampoco, en vida, suelen recibir premios, medallas o bandas que cruzan su pecho. Muchas veces, las más, las encontramos ocultas, situadas en un segundo plano tras las mesas de los despachos, trabajando los campos, luchando en las fábricas, mencionadas de refilón en los libros de historia… en definitiva, alejadas de esa imagen hollywoodiense que se asocia a las actitudes de los hombres.
Sin embargo, existieron y mis mujeres, las nuestras ya, son mujeres de carne y hueso que lucharon por lo que es justo desde diversos papeles; son religiosas, intelectuales, campesinas, madres de familia, fogosas enamoradas, ardientes guerreras… mujeres, por lo general, discretas, pero que también han adquirido un firme compromiso con su causa, con la de su pueblo, con la de sus iguales, mujeres dispuestas a sacrificarse para defender unos ideales que mejoren la vida de sus semejantes.
La mayoría de las que habéis escuchado su historia, tomaron parte activa en los procesos de descolonización de los distintos países de América Latina, otras contribuyeron a la mejora cultural, algunas de ellas lucharon por conseguir un mundo más igualitario, más feminista…