Otra vez habían llegado las mismas estaciones mortuorias y aburridas de cada año al pueblo de Tulluc (Francia) de 1800.
Todos se perdían en sus interminables rutinas mediocres, los mismos días, los mismos rostros, los mismos excesos sodomitas, toda una copia de la copia del pasado.
Para el viejo Turett que había vivido en ese pueblo por 55 años, aquello era pan de cada día, pero no para su hermosa hija Minerve de 16 primaveras, que añoraba viajar a todas las ciudades de Francia, para conocer el amor.
Una mañana frente a la casa del Sr. Turett llegó un apuesto joven para alquilar la propiedad. Tenía un aspecto extraño, y unos ojos como la noche. Y al parecer en un rango de edad entre los 30.
En ese pueblo de nomas de cinco mil habitantes, escaseaban los hombres jóvenes, y abundaban las solteronas, por tal motivo, no pasaría mucho tiempo sin llamar la atención