La inspirada Epístola a los Hebreos dice: “Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Heb. 10:12). ¡Esta es una declaración sensacional! No podemos leer estas veintidós palabras bajo la iluminación del Espíritu Santo, el estudio diligente y la meditación sin que nuestro corazón se conmueva ni nuestra alma ansíe adorar al Señor. ¡Señor, perdona nuestra falta de entusiasmo! Aquí, en veintidós palabras tenemos el resumen de la obra de Jesucristo, el propósito eterno de Dios manifestado en el Hijo eterno de Dios. Aquí frente a nosotros están las glorias de este hombre Cristo: Cristo el Hijo, Cristo el Mediador, Cristo el Profeta, Cristo el Sacerdote, Cristo el Rey. Aquí está el perdón de los pecados logrado para siempre con “un solo sacrificio”. ¡Aquí está todo lo infinitamente necesario para salvar y preservar al pueblo de Dios por toda la eternidad! ¡Todo! Designado en la eternidad antes de la Creación, enviado al mundo, encarnado por la concepción milagrosa en el vientre de la Virgen, obediente a la Ley, crucificado, resucitado, ascendido al cielo y sentado en glorioso esplendor. Cristo cumplió con su muerte la obra que su Padre decretó antes de la fundación del mundo. Aquí está el Garante, aquí está el Sustituto que vino a morir en una agonía horrorosa en la cruenta cruz del Calvario. Aquí está el que resucitó el tercer día con gran poder y gloria, venciendo a la muerte, al infierno, al mundo y a Satanás. Cada aspecto y cada detalle de todo lo que su Santo Padre le dio para hacer a fin de salvar a su pueblo de la pena, el poder, el placer y la presencia del pecado —todo— Jesús lo logró todo.