Como muchos socialistas del siglo XX, Ernesto Benado creyó que el capitalismo agonizaba. Tuvo que pasar por el exilio, la prisión y la caída de los muros antes de constatar que el desarrollo económico es impredecible y que el conocimiento de la conducta humana, cuando se aplica a miles de millones de seres, no es una disciplina científica. Esta eliminación de la certeza ha servido de argumento para que muchos socialistas se hayan transformado en amantes de los bienes, del dinero y hayan tratado de cambiar de objetivos a lo largo de sus vidas. No es el caso del autor, que en estas notas muestra cómo fue despertando de la utopía sin perder el norte: la creación de una sociedad más justa y equitativa.