A causa de la superpoblación
los polígamos y los asesinos
seriales salen libres; y si hay
un accidente aéreo, únicamente
se habla de él (casi siempre en las noticias)
cuando ocurre en algún área boscosa:
a las complicaciones del acceso
se suma la cuestión del medio ambiente,
que hace todo más trágico. Los teatros
están repletos, tanto las butacas
como los escenarios. Y jamás
un tenor canta solo un aria: casi
siempre hay seis a la vez, o a veces uno
que es gordo como seis. Lo mismo vale
para el gobierno, cuyas oficinas
están toda la noche con las luces
prendidas y trabajan en distintos
turnos, como las fábricas, rehenes
del censo. Todo, aquí, es una pandemia:
lo que le gusta a uno gusta a muchos,
ya sea un deportista, algún perfume
o una comida. Así, por consiguiente,
todo lo que uno diga o haga es
un acto de lealtad. Del mismo modo,
según parece, la Naturaleza
se ha hecho eco del denominador
común, y cada vez que llueve, que es
poco, las nubes se demoran más
no dando vueltas por sobre el estadio
militar, sino sobre el cementerio.