El narrador es un perro viejo que, ya cansado y triste, vive retraído y pensativo. A pesar
de los cambios, conserva "la visión panorámica" sobre su pueblo y sus costumbres en la
vida diaria. Entonces, reflexiona sobre los seres que rodean a los perros, entre ellos los
humanos que, según él, se caracterizan por una "insociable sociabilidad". El hombre no
posee instinto social. Se une y acuerda leyes sólo por necesidad del uso instrumental del
otro. La real fisonomía espiritual del hombre es su egoísmo, sólo atenuado por bajos
intereses comunes. La fragmentación y la animosidad entre los humanos contrasta con
la aspiración perruna a vivir en comunidad, en "un mismo saco", en la calidez de un
"estar juntos".
La larga investigación sobre los hábitos y costumbres perrunas concluye en una
ponderación final del instinto y la libertad sobre las tendencias científicas cultivadas por
algunos caninos.