En 1948, dos agentes de policía japoneses que hacían su ronda habitual patrullando las calles de Shinjuku, Tokio, dieron el alto a un ciclista que decía transportar mandarinas a casa de un familiar. Al inspeccionar la bicicleta, encontraron varias prendas de ropa y, envuelto en ellas, el pequeño cuerpo inerte de un bebé. Los policías acompañaron al detenido hasta la funeraria donde trabajaba y allí encontraron otros cuatro cadáveres más, también de bebés.
El espeluznante relato del detenido llevó a la policía a investigar una maternidad privada dirigida por Miyuki Ishikawa, más tarde conocida como la «comadrona del infierno», en uno de los episodios más sórdidos de la historia de Japón.